lunes, 18 de julio de 2011

«VIVIR DE LA IDEA Y DEL OFICIO» (Entrevista al poeta cubano Sigfredo Ariel)

Hallar nuevas formas de concebir la poesía conduce a descubrir nuevas voces, nuevas lecturas entre los consagrados, los conocidos, nuestros contemporáneos; esos que, a lo largo de estos años, han estado cerca por elección propia y se han quedado de algún modo en nuestra lista de poetas (cubanos) preferidos por diversas razones. Pudiera nombrar ahora mismo algunos que, liados por el verso más cabal y persistente, estarán dándole forma y espíritu a la literatura que surge en (y desde) la Isla, independientemente del toque lírico más directo, cotidiano, coloquial, o subjetivo.

Pudiera mencionar algunos (nombres) que siempre estarán en esa lista (indiscutible) a pesar de las diferencias de estilo o región donde se habite. Hay varios nombres que saltan inmediatamente si alguien pregunta ahora mismo por los que han ido labrado ese camino de versos y metáforas. Tal y como, a mi modo de ver, ocurre con el del autor de los poemarios Algunos pocos conocidos (1987), Hotel Central (1998), y Born in Santa Clara (2006), entre otros títulos que, como a tantos lectores, nos ha permitido llegar hasta notar ese dominio con que combina lo cotidiano, lo sensorial, lo lírico.

Me refiero a Sigfredo Ariel (Santa Clara, 1962) quien, además, ha tenido que ver con el guión de la película Miradas (2000), Premio de guión inédito en el Festival de Nuevo Cine Latinoamericano de la Habana; y con diversos programas de radio en la capital habanera; también ha sido asesor musical de la película Buena Vista Social Club (1998), productor de discos de música tradicional cubana, y hasta director, en su momento, de la Revista de Música Cubana de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Por lo que, me pregunto y por lo tanto, pregunto al propio poeta:

¿Detrás de tanta acción, qué es lo que predomina más en Sigfredo Ariel, y por qué?
Detrás de todo eso está el mismo tipo sentado ante una página en blanco para narrar lo que siente, recordar lo que sintió o intentar descifrar lo que le rodea. Está una cierta manera de ver las cosas, claro, pero que ni él mismo podría describir muy bien. ¿Qué predomina? Bueno, en el desorden, un esfuerzo por meter el idioma en cintura a ver si logra expresar con alguna buena suerte lo que pasa o está en la cabeza, más claro, más oscuro. Cambian los lenguajes, los propósitos, los temas, pero mi bronca constante es con el idioma español.

Me cuentas que acabas de terminar un nuevo libro, que has titulado: “Objeto Social”. Poemario escrito a petición de la editorial de Santa Clara: Sed de Belleza. ¿Podrías contarnos de este proyecto en el que has estado trabajando?
Yo había escrito algunos poemas en los cuales la realidad social -tal vez mejor sería decir el ejercicio social- aparece de manera bastante clara, y quería agruparlos con ese título, que tiene para mí divertida resonancia burocrática. En una fiesta en Caibarién, Isaily Pérez, joven escritora, estoy seguro que de las mejores poetas de su generación, me pidió un cuaderno para esa editorial que ella ahora dirige. Me gustó la idea, me halagó mucho y “me aproveché” de la invitación. Comencé no sólo a trabajar en los textos, sino a complicar la cuestión con elementos gráficos que –pretendo– dialogarán con los contenidos, o jugarán con ellos desde el contraste. Algunos trabajos de “Objeto social” se han publicado por ahí, en antologías y revistas, pero creo que van a ir mejor en el libro, con el divertimento gráfico.

¿Algún otro proyecto sobre música, ensayos artículos, o poesía?
Quiero reunir en un libro textos relacionados con la música cubana y en otro volumen, páginas que he ido acumulando sobre escritores, músicos, libros y otros temas. Preparo un nuevo libro de poemas al cual nombraré “Morirás como un perro en Singapur o Recreos para la burocracia” que tendrá un trabajo gráfico aún mayor que “Objeto Social”. No sé quién querrá publicarlo.

¿Cómo defines tu poesía más allá de lo coloquial que hallamos los fieles seguidores de la poesía actual cubana?
Me cuesta imaginarme algo que se llame “mi poesía”. Cuando enfrenté a mi antología de Ediciones Unión me sentí extraño, como un intruso en lugares ajenos. Creo que lo que he escrito no es de lo peor que ha producido mi generación, sin falsa modestia, pero carezco de visión de conjunto para definirlo. Supongo que en mis libros he logrado alguna coherencia, ojalá no haya remachado demasiado sobre el mismo yunque.

¿Existe algún poeta dentro de la Isla que te haya marcado o influenciado? Y ¿fuera de Cuba? ¿Y hasta que punto has sentido esos influjos?
Llevo trazas (o memorias, mejor) de poetas y poemas, casi los mismos, desde hace muchos años: el gran Martí de los versos libres, por ejemplo. Soy siempre lector feliz de Rubén Darío, de José Emilio Pacheco, de Mariano Brull, y de Gabriela Mistral desde mi adolescencia, y también de poetas mínimos que se recuerdan por una letra de canción, si acaso. Me gustan mucho, sinceramente, los poetas cubanos de mi edad.

¿Crees que para leer, o entender la poesía, aunque muchas veces sea coloquial como la que haces, hay que saber leerla para entenderla? ¿Cómo valoras al, digamos, “buen lector” de poesía?
He comprobado muchas veces que un poema puede colocar a alguien en el camino de la poesía, casi por accidente. En mi caso fue un pequeño libro de Agustín Acosta, del sello Bruguera, editorial que publicaba también las novelitas de Corín Tellado.

A mi padre le gustaba que leyera para él, en voz alta, interminables tiradas de “La Agricultura en la Zona Tórrida” de Andrés Bello, ejemplo de poema que aunque está escrito en claro castellano se deja de entender o deja de interesar en un punto del camino por borrachera de palabras o puro aburrimiento. Dios me perdone.

No me interesa la pirotecnia experimental ni los poemas en cazuela para agradar a otros poetas, mucho menos para congraciarse con la crítica holgazana que automáticamente se pone a hablar de madureces y renovaciones.

Un lector ideal de poesía podría ser quien tenga tan “buena boca” que entienda y disfrute todo lo que es o que se declare poesía. No creo que exista tal espécimen. He tenido la suerte de que personas que no leen (o no habían leído) poesía me hayan escrito, o se hayan acercado a mí por un texto, por un libro mío que han abierto por casualidad. Eso es mucho más de lo que yo aspiraba.

Siento una especie de responsabilidad con ese tipo de lector que un buen día cae en el jamo y descubre que un poema no es necesariamente un artefacto que emite señales inextricables, sino que expresa algo que al lector le interesa o le puede servir de algo. La poesía no tiene por qué ser odiosa ni tan altiva que sólo piense en lo literario. Eso lo aprendí con los años, y no sin golpe. Pero es más complicado.

Todo el mundo (lector habitual de poesía o no) se encanta con “Una oscura pradera me convida”, de Lezama, en la cual no hay nada qué entender, sin embargo me dicen “no comprendí media palabra” sobre páginas que yo creí haber compuesto para que todo el mundo entendiera. Lo que no falla es que, en poesía, como en muchas otras cuestiones, lo bueno es bueno.

De tus libros publicados hasta hoy, ¿cuál es el preferido y por qué?
Creo que en “El enorme verano” (1996) hay buenas páginas mías aunque es uno de mis libros más desventurados. Lo organicé mal y lo hice confuso. Hacía diez años que no publicaba. El libro salió en días de la extensa crisis que ahora llaman “los peores años del periodo especial” y lo vendieron en dólares, para colmo. Estuve años desentendido de “El enorme verano”, pero ya se me está pasando. También me cae mejor ahora el tipo que lo escribió.

Has recibido los premios nacionales de poesía: David (1986), tu primer premio; también el Premio Abril (1990); el Pinos Nuevos (1995); el Nicolás Guillén (2002); en dos oportunidades has sido galardonado por el Caimán Barbudo (1985 y 1988) y el Julián del Casal (1997 y 2004), entre otros. ¿Hasta dónde valoras ser un bardo premiado? ¿Crees que los premios conducen directo a la fama?, aunque el poeta, en general, no persigue la fama, ¿o me equivoco?
Los premios me han dado algún dinero, gracias a lo cual pude vivir por temporadas con menos desasosiego. He podido viajar a algunos países, también he conocido y hecho amistad con valiosos seres humanos, artistas o no, gracias a los premios. Fuera de esa relación utilitaria, premios y poesía no tienen nada qué ver. Ser más o menos conocido trae algunas ventajas en el orden doméstico-literario, en ningún otro campo. He observado que quienes toman más en serio los premios y “el figurao” son quienes menos leen o interesan tus textos. Es un buen ejercicio ver en los periódicos que el premio que ganaste el año pasado lo recibió hoy mismo un poeta que consideras pésimo.

¿Existen palabras recurrentes, o preferidas a la hora de hacer tu poesía?
Sí, muchas. Y tengo que estar en guardia permanente frente a esas “palabras recurrentes”: los adverbios de modo, por ejemplo, y ciertos sustantivos que no voy a nombrar (faltaba más), pero que al menor descuido se cuelan en otro poema. Como de un tiempo a esta parte tengo la tendencia de utilizar giros coloquiales en mi poesía, estoy atento para evitar su repetición. Las “palabras preferidas” y los recursos de estilo usados como fórmulas suelen ser mugre en la poesía. Hay buenos poemas de algunos autores fabricados a través del atrezzo o el truco. Nadie dijo que este oficio es por entero inocente.

¿Hay algún tema en especial por el que te sientas identificado, atraído, que ya hayas tocado en tu poesía, o aún estás por abordar?
Desde mi primer libro vuelvo a dos o tres temas: la vida en Cuba, cambiante, siempre difícil; su rara actualidad y su pasado como elementos de la imaginación (la memoria ajena).

He escrito muchos textos que aluden a la relación de pareja, por cierto no todos autobiográficos. Una constante: el uso de referencias a la música popular, casi siempre antigua, cubana o americana.

Mi viejo y buen amigo Antonio José Ponte publicó en La Habana Elegante unas páginas sobre mi poesía que me explicaron o aclararon algunas cosas de mi trabajo que yo no tenia claras en absoluto. Su texto me alumbró y me halagó. Si algún día me sintiera desanimado con “mi faena poética” iré a esos párrafos de Ponte para levantar la moral y seguir adelante.

Sí tengo una aspiración: me gustaría, más que poder abordar un tema determinado, conseguir una lengua cada vez más jovial, más ligera, para decir las cosas.

¿Qué necesitas para crear, para plagar con palabras la página virgen? ¿Tienes algún sitio o método en especial que prefieras para escribir poesía?
Llega la idea de un poema, casi siempre, en forma de una línea o un “tono”, nada más. Si estás muerto de sueño tras un día de trabajo o de torturas hogareñas y no te levantas a apuntar esa línea, la perdiste. Si la recuerdas mañana, ya no servirá.

Cuando lo que llega es el “tono” es peor, pues hay que interrogarlo muchas veces hasta encontrarle su contenido. A veces parece que llega todo el poema de un tirón (con zonas que claro, tendrás que cercenar) y puedes pasar horas con el lapicero dando contra el papel. No sé si a esto es lo que los antiguos llamaban inspiración.

Sé que la poesía lo busca a uno, a cualquier hora, estés con quien estés y donde estés. Es un estado de alegría, también, de sobrexcitación, si quieres. También de inconsciencia, me parece a mí. Yo reviso mucho, sobre-escribo, cambio cosas hasta última hora. En días de revisión (que son también de escritura) me enclaustro y vivo la quimera de la total concentración. Así es como a menudo “desgracio” textos por poda excesiva o por injertos malogrados.

Un poema fallido es peor que un poema malo. Es dramático verlo cojear, advertir cuánto le falta o le sobra.

¿Si te dieran a escoger entre Santa Clara y La Habana cuál preferirías?
En el año 99 pensé “quedarme” en Montreal. En esa idea tal vez haya intervenido, como publicidad indirecta, los libros y canciones de Leonard Cohen, a quien leía y escuchaba con entregado fervor por aquella época. A inicios de este siglo (vaya frase) pasó por mi cabeza irme a vivir a Santo Domingo. Alguna vez soñé trasladarme a Cádiz, por un tiempo, y en un momento de crisis personal me pareció que todos mis males los podría curar el pueblecito costero de Gibara, en Holguín. Como ves, siempre ha estado el mar como destino. Qué curioso. Los del centro de la isla necesitamos vivir cerca del mar, en eso coincidimos muchos amigos que hace tiempo ahuecamos el ala de Santa Clara (ciudad sin mar / lejos del mar).

Santa Clara es para mí un state of mind, como dice la canción. En un poema dije sobre ella: “parva ciudad / la única en que existo”. Me refería a cierto misterio que compartimos la gente de allá que nos asemeja y nos hace familiares, estemos donde estemos, vivamos donde vivamos. La Habana es la ciudad que he comprendido mejor para vivir, hasta ahora. Desde niño supe que viviría aquí.

Y del cine, después de la película Miradas, de Enrique Álvarez, ¿no ha surgido algún nuevo guión, alguna sinopsis atrapada en apuntes?
Kiki [Enrique] Álvarez había ideado el argumento de esa película. Yo trabajé en su desarrollo, en la estructura dramática, la redacción de diálogos en las distintas etapas por las cuales pasa un guión de cine. Miradas navegó con mucha suerte, ganamos una beca en Holanda mientras la escribíamos y recibimos el premio de mejor guión del Festival de Nuevo Cine de La Habana. Después he trabajado en guiones de otras películas, a veces con crédito, pero a menudo como mano negra del guionista. He estado detrás de algunas producciones audiovisuales referidas a la música popular cubana, entre ellas Bailar para vivir, de Manuel Gutiérrez Aragón y más reciente, en un estupendo documental sobre los 500 años de la ciudad de Baracoa que ha filmado Mauricio Vicent.

No tengo boceto de argumento propio ni apunte de sinopsis esperando en un cajón del escritorio. Tal vez “no tenga pa’ eso”, y lo digo con cierta melancolía. Qué le vamos a hacer. En realidad, lo mejor que he hecho en los medios audiovisuales o en el periodismo ha salido por encargo. No tengo nada en contra de los trabajos por encargo.

¿Qué programas realizas para Radio Ciudad de la Habana? ¿Desde cuándo trabajas para Radio Ciudad...?
Comencé a trabajar allí en 1985. A finales de esa década la emisora [Radio Ciudad de la Habana] se había convertido en centro de reunión de jóvenes escritores, periodistas, humoristas, actores y músicos. A pesar de que le advirtieron del peligro que corría, la directora de entonces dio trabajo en esa estación a muchos jóvenes escritores –Ramón Fernández-Larrea, Alberto Rodríguez-Tosca, Eduardo del Llano–, músicos –Frank Delgado, Iván Latour–, actores –Ulises Toirac, Luis Alberto García, Wendy Guerra–, periodistas –Camilo Egaña, Joel Valdés y Edmundo García– quienes, sin formar un grupo estético homogéneo ni mucho menos, refrescaron el chato ambiente de la radiodifusión habanera con inteligencia y desinhibición en unos años tétricos (inicios de la década de 1990).

Trabajé en muchos programas musicales de diferente corte, en el diseño de la programación, en la sonoridad de la emisora –jingles, publicidad, mensajes–, y escribiendo y dirigiendo series mitad didácticas, mitad humorísticas dedicadas a los niños (La esposa del murciélago; Quiero hablar contigo).

Suspicacias y prejuicios de las autoridades políticas hicieron abortar aquella experiencia cuando encontraba su mejor momento profesional. Fui el primero en llegar y el último en irse de los de aquel grupo. Para entonces nada quedaba, salvo algunos títulos de programa y un slogan que hace tiempo carece de sentido: Radio Ciudad, la diferencia.

¿En Cuba te reconocen, o te identifican mejor en la calle, cómo el realizador radial o el poeta?
Pienso que tener un nombre poco común ayuda a la gente a que lo memorice. Aunque no soy el menos conocido de los poetas cubanos, me da mucho gusto que un profesional en cualquier parte de la isla o en otro país me diga “claro, nosotros oíamos sus programas de radio cuando estudiaba en La Habana”, también hay quien recuerda “La hora de las brujas”, disparatado programa de televisión que creé a inicios de la década del 90 que permaneció varios años en el aire, o Los grandes todos, un programa radial diario de música tradicional cubana, o a través de muchas notas y diseños que he hecho para cassettes y discos compactos.

Algunos colegas escritores se burlan de mí por mi adeudo por el son montuno, la guaracha y el mambo. Lo hacen a mis espaldas, por supuesto, eso me importa un pito, ellos se lo pierden.

¿Qué esperas suceda con Sigfredo Ariel: el escritor, el guionista, el asesor y productor musical, el director de programas radiales y, sobre todo, el poeta?Creo que ese es uno de los contenidos que más ha frecuentado y frecuentará mi poesía es la actual y total incertidumbre ante el mañana. No el mañana como abstracción, sino frente al “mañana mismo”, no sólo personal, sino colectivo. Es una intranquilidad nacional de las más hondas. Mucho de ese desorientado desconocimiento se metió en mi nuevo libro, porque está en la atmósfera del país, en todo el que conozco.

Hay una breve página en El enorme verano con mi nombre que termina con una simple aspiración que viene a cuento ahora, me parece a mí, y que hasta el momento continúa siendo eso, en lo esencial, un empeño irrealizado:
y que no pase el tiempo acumulado
para amar unos ojos y tenerlos
y vivir de la idea y el oficio
.

(Ihosvany Hernández, verano del 2011)
entrevista  publicada en la revista Cañasanta: http://www.canasanta.com/entrevistas/entrevista-al-poeta-cubano-sigfredo-ariel-0000001.html
(Fotos de Sigfredo Ariel, por Eddie Mayo)
DEL ENTREVISTADO:
Sigfredo Ariel (Santa Clara, 1962), ha publicado los libros de poesía: Algunos pocos conocidos (Editorial Unión, 1987) Premio David, 1986; El enorme verano (Editorial Abril, 1995) Premio Pinos Nuevos; El cielo imaginario (Ediciones Vigía, Matanzas, 1996); Hotel Central (Editorial Unión, 1998) Premio Nacional de Poesía Julián del Casal; Los peces & La vida tropical (Editorial Letras Cubanas, 2000); Manos de obra (Editorial Letras Cubanas, 2002) Premio Nicolás Guillén, 2002; Born in Santa Clara, Ediciones Unión, 2006 y 2007 (Premio UNEAC de Poesía “Julián del Casal” 2005, y Premio Nacional de la Crítica 2006), entre otros. Además, ha recibido los premios de poesía El Caimán Barbudo (1985 y 1988), La Gaceta de Cuba (1995), y el Premio Abril (1990), el Premio Internacional ULCRA del Audiovisual Latinoamericano (México D.F., 1990), entre otros. Asesoró la película Buena Vista Social Club (1998). Ha producido discos de música tradicional y popular cubanas para numerosas firmas disqueras internacionales. Poemas suyos han sido traducidos al inglés, alemán, ruso, italiano y francés. Aparece en numerosas muestras y antologías de la poesía cubana contemporánea.